Hace pocos años, cuando la pandemia obligó al mundo a quedarse en casa, se desató un fenómeno inesperado: el auge de la criptominería con GPU. Las tarjetas gráficas, entonces difíciles de conseguir, se convirtieron en una herramienta para obtener ingresos pasivos. Este auge generó una demanda eléctrica sin precedentes en ciertas regiones, pero lo que parecía excesivo en su momento ha sido rápidamente superado por un nuevo actor: la inteligencia artificial.
Desde la irrupción de modelos como ChatGPT, Midjourney o Sora, el consumo energético derivado de su funcionamiento se ha disparado. La clave está en los centros de datos: gigantescos complejos informáticos que no solo entrenan estos modelos, sino que los mantienen activos las 24 horas del día, respondiendo millones de peticiones por segundo. Cada generación de texto, imagen o vídeo tiene un coste energético real, y este coste empieza a pasar factura.
La inteligencia artificial dispara la demanda energética en EE.UU.
PJM Interconnection, la mayor red eléctrica de Estados Unidos, suministra energía a 67 millones de personas en 13 estados. Hoy, esta red se enfrenta a una presión inaudita. Según sus propios informes, la demanda energética de la IA crece a un ritmo más rápido del que permiten construir nuevas infraestructuras. Lo alarmante es que esta situación supera en gravedad al pico de consumo que se vivió durante el boom de la criptominería.
El problema no es solo técnico, sino también político. Pennsylvania, uno de los estados clave de la red PJM, ha amenazado con abandonarla. Además, la cúpula directiva de PJM ha sufrido dimisiones y destituciones tras revelarse que los precios mayoristas de la electricidad aumentaron más del 800% en el último año, lo cual ha generado un efecto dominó de tensiones y caos administrativo.
¿Subirá el precio de la electricidad?
Todo indica que sí. Se estima que este verano las facturas eléctricas aumentarán más de un 20% en algunas regiones estadounidenses. El propio CEO de OpenAI ha reconocido públicamente su preocupación por los costes energéticos derivados del mantenimiento y evolución de los modelos de IA. A pesar del crecimiento en el número de usuarios suscritos, los márgenes comienzan a tensarse. Esto es aún más evidente cuando se lanzan nuevas funciones como la generación de imágenes o vídeos, que disparan el uso de recursos.
PJM ha tenido que frenar incluso el proceso de solicitudes para nuevas centrales, paralizar subastas energéticas y declarar un desequilibrio crítico entre oferta y demanda. Todo apunta a que la única solución sostenible a medio plazo será una fuerte inversión en energías renovables y posiblemente nuclear, si se quiere evitar una escalada imparable de los precios.
Más allá del progreso: el precio de la innovación
Este escenario nos recuerda que detrás de cada avance tecnológico hay un coste oculto. La IA promete revolucionar industrias, automatizar procesos y ampliar nuestras capacidades creativas, pero también plantea desafíos ecológicos y estructurales enormes. La crisis energética que ahora sacude a EE.UU. es solo el primer aviso.
En definitiva, lo que empezó como una promesa de eficiencia y progreso, hoy amenaza con saturar las infraestructuras básicas de un país. La inteligencia artificial no solo transforma el mundo digital, también reconfigura las reglas del mundo físico —empezando por la electricidad.













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