En plena pandemia de 2020, mientras el mundo se confinaba, un joven llamado Dylan, de apenas 13 años, protagonizaba una historia que marcaría un antes y un después en su vida… y en la de una de las mayores empresas tecnológicas del planeta. Su hazaña comenzó como una necesidad: la escuela había cortado el acceso a Microsoft Teams, la plataforma con la que él y sus compañeros se comunicaban. Lejos de resignarse, Dylan decidió buscar una solución por su cuenta.
Usando sus conocimientos en programación —adquiridos desde los 10 años mediante plataformas educativas como Scratch—, este precoz entusiasta de la tecnología analizó el código fuente de Outlook y detectó vulnerabilidades que le permitieron restaurar el contacto entre los estudiantes. Pero lo más sorprendente no fue su capacidad técnica, sino su ética. Dylan informó a Microsoft de las brechas que había encontrado.
Microsoft premia la ética y el talento
La reacción de la multinacional no fue la que muchos habrían esperado. En lugar de tomar represalias, Microsoft quedó tan impresionada por el talento y la madurez del joven que lo integró en su programa de recompensas por errores (bug bounty), tradicionalmente reservado a adultos expertos en ciberseguridad. Dylan se convirtió así en el primer menor en formar parte de este exclusivo grupo.
Según reporta Interesting Engineering, desde entonces ha enviado decenas de informes con vulnerabilidades que han ayudado a reforzar la seguridad de los sistemas de la empresa. Microsoft no tardó en elogiar públicamente al joven, subrayando que “no rompió ninguna regla, al contrario, las fortaleció”.
Un ejemplo para la nueva generación digital
Dylan representa a una generación de nativos digitales que, lejos de ser meros usuarios, comienzan a reescribir las reglas del juego tecnológico. Su historia pone sobre la mesa el debate sobre la formación temprana en competencias digitales, la ética hacker y el papel de las grandes corporaciones en el descubrimiento y promoción del talento juvenil.
El caso de Dylan no solo inspira, también revela cómo un acto de rebeldía bien intencionada, cuando está guiado por principios sólidos, puede abrir puertas insospechadas. Y es que, a veces, hackear Microsoft no significa romper el sistema, sino hacerlo más fuerte.













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