La reciente firma de una tregua arancelaria de 90 días entre EE.UU. y China parece más un movimiento estratégico que una verdadera solución. Ambas potencias, atrapadas en una guerra comercial prolongada, han acordado suspender aranceles adicionales y mantener los actuales en un 10%, con la promesa de iniciar un diálogo económico más estable. Sin embargo, para el sector del hardware, este alivio momentáneo no representa un verdadero cambio de rumbo: el daño ya está hecho.
China atraviesa una severa crisis inmobiliaria que está erosionando su estructura productiva, y los aranceles golpean con fuerza su industria tecnológica, segunda en importancia tras el sector de la construcción. Al otro lado del Pacífico, EE.UU. busca ganar tiempo para reubicar su producción fuera del territorio chino, al tiempo que lidia con una dependencia persistente de componentes fabricados en el país asiático. La tregua no elimina los problemas, simplemente los pospone.
Tregua de 90 días sobre los arancelaria de EE.UU. y China
Las consecuencias ya son palpables. Empresas del sector tecnológico han tomado decisiones drásticas: acelerar pedidos asumiendo aranceles inflados o limitar sus compras de componentes, lo que ha desajustado la cadena de suministro. Los fabricantes han reservado producción de grandes fundiciones como TSMC a precios más altos, apostando por asegurar stock frente a la incertidumbre política y económica. El resultado es un mercado tensionado y con precios disparados.

El consumidor final, lejos de beneficiarse de esta pausa diplomática, sufre la otra cara de la moneda: precios notablemente más altos en hardware y electrónica. Se estima que los costes pueden aumentar entre un 30% y un 40% respecto a la era pre-COVID. Esta tendencia convierte al acceso a tecnología de última generación en un lujo, especialmente en Europa, donde los salarios no han seguido el mismo ritmo inflacionario.
Una paz momentánea en medio de una tormenta global
Esta tregua, en lugar de representar una solución, refleja el agotamiento de ambos países en una guerra comercial que ha dejado profundas cicatrices. Mientras EE.UU. se reestructura para una salida ordenada del mercado chino, China busca redefinir su papel en un escenario donde más empresas trasladan su producción a países vecinos. El equilibrio de poder económico se desplaza, pero el impacto para el ciudadano medio es inmediato y directo: pagar más por menos.
En definitiva, esta tregua arancelaria EE.UU. China no cambia el panorama a corto plazo. Los precios seguirán al alza, la inseguridad seguirá afectando las decisiones de compra e inversión, y el mercado global de hardware se adentra en una etapa de alta volatilidad. En un mundo cada vez más dependiente de la tecnología, la inestabilidad geopolítica se traduce directamente en encarecimiento y acceso limitado. La pregunta ahora no es si habrá consecuencias, sino cuán profundas y duraderas serán.
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